Si recientemente conocíamos las primeras células productoras de insulina derivadas por clonación de una paciente de diabetes, hoy conocemos la reparación del corazón tras el infarto; el experimento es en macacos, pero las células madre que han reparado su músculo cardiaco son humanas: el paso fundamental en el camino hacia el ensayo clínico.

Charles Murry y su equipo de la Universidad de Washington en Seattle ha logrado regenerar parcialmente el corazón infartado de macacos con cardiomiocitos (células musculares del corazón) derivados de células madre embrionarias humanas. Hasta ahora solo se había conseguido en animales pequeños como ratones –también por el laboratorio de Murry—, y el nuevo experimento derriba tal vez la principal barrera que separa las células madre embrionarias de su aplicación en cardiología. Aunque no la única, porque los implantes han producido arritmias a largo plazo en algunos monos. Aunque estas arritmias no son fatales, constituyen una complicación grave que los investigadores deberán resolver antes de ni pensar en entrar en un hospital.

Reparar el corazón de un ratón requiere un millón de cardiomiocitos; el de una rata, 10 millones; el de un conejillo de indias, 100 millones. El del macaco ha necesitado 1.000 millones, una cifra por primera vez comparable a la que necesitarían los médicos para regenerar el corazón de un paciente humano, pues ese es más o menos el número de células que mueren en un infarto humano típico. Los científicos de Washington han tenido que poner a punto la técnica para producir todas esas células cardiacas a partir de cultivos de células madre, incluida la congelación por tandas. Los resultados se presentan en ‘Nature’.

Los cardiomiocitos derivados de células madre embrionarias humanas e inyectados directamente en el miocardio de los macacos logran una remuscularización extensiva del corazón infartado; muestran una progresiva –aunque incompleta— maduración en los tres meses subsiguientes a la intervención; son ‘colonizados’ –perfundidos, en la jerga— por los vasos sanguíneos del corazón huésped; y se acoplan electromecánicamente con él, es decir, que laten a su ritmo y en buena sincronía. Los detalles muestran que ese acoplamiento no solo es aparente, sino que tiene un fundamento bioquímico normal, basado en ondas de liberación de calcio.

FUENTE: El País (30/4/2014)

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